Despertar y levantarse de noche. El cambio horario. Apenas una señal de la normalización. Reconforta a media mañana, en el balcón, el sol que se proyecta y alumbra un cielo azul en el que se adivina el paso de un helicóptero. Tampoco están los parapentistas, los “hombres pájaro”, como enfáticamente les llamaba Gilberto Hernández Linares al irrumpir en su particular universo aeronáutico.
Casi nunca vemos televisión en horario matinal pero esta vez hacemos una excepción y nos detenemos en el programa de RTVE que presenta, con elegante solvencia y sin sobreactuar, María Casado Paredes, quien entrevista a un señor cordobés de 106 años que se maneja bien con la tecnología y sabe lo que es skype, que está utilizando en ese momento. Milagros de la vida y de los avances, quien sabe si frenados por la pandemia. Después, la noticia de la baja del doctor epidemiólogo Fernando Simón, el hombre antipánico, tan injustamente tratado en algunos sitios. Ha dado positivo en coronavirus.
Unidades policiales y militares concentradas en el exterior de casa. Uno de los efectivos pregunta, muy formalmente, dónde vamos: “A comprar pan y agua”. Y seguimos, compartiendo el vacío de las calles y reencontrándonos con amigos en el interior del establecimiento, ansiosos de saber que las cifras apuntan a una estabilización.
Pero, a primeras horas de la tarde, la noticia de un caso detectado en el Hogar Santa Rita donde tantas personas, del Puerto y de otras localidades insulares, pasan su ancianidad, ensombrece de nuevo el panorama: Gobierno y empresarios discrepan a propósito de las últimas medidas que, por poco, no aparecen en el Boletín Oficial del Estado. Las estimaciones de Donald Trump, con un número de muertos, son estremecedoras. Y desde Brasil se escucha el tan-tan de sables. En China, en algunas ciudades, abren plazas y avenidas y la gente se abraza.
Pero la pandemia sigue.