Hoy se espera un día de sacudida, cuando se conozcan los datos del paro. Habrá que temerse lo peor mientras las luces del alba y los sonidos del silencio despiertan como si de un ejercicio rutinario se tratara.
Las otras cifras, las de la pandemia, siguen escociendo, a su ritmo diario, aunque las sanaciones alimenten un rayo de esperanza y más que eso, los testimonios de las personas mayores que salen entre aplausos de las unidades de cuidados intensivos. Son todo un estímulo, como los de los niños que hacen de todo en casa para sobrellevar su encierro. Hoy es el día del autismo, por cierto. Ánimo. Siempre fue difícil; ahora más.
En efecto, miles y miles de parados más. Desde que se decretó la alarma, a mediados de marzo, la destrucción de empleo avanzó sin piedad. El mercado laboral y el índice de cotizaciones sufren un verdadero seismo. Solo en Canarias dejaron de cotizar a la Seguridad Social diecinueve mil novecientas sesenta y cuatro personas. Ya estamos por debajo de los ochocientos mil cotizantes. El paro se ha disparado casi un diez por ciento. Desde Europa llega alguna información alentadora sobre ayudas específicas (cien mil millones de euros) para mitigar los efectos en todos los países de la Unión.
Comparece la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, quien revela que se aproxima al cuarto de millón los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (Ertes) a escala autonómica. El dato, por lo que explica, no es real del todo, teniendo en cuenta que algunas comunidades autónomas, entre ellas Canarias, no están colaborando mucho al no facilitar los datos correspondientes. Llama la atención la agilidad en la tramitación de las solicitudes. Por otra fuente gubernamental, sin embargo, se sabe que hay más de quince mil solicitudes de esa regulación, de las cuales unas catorce mil ciento veinte están motivadas por causa de fuerza mayor.
Desde el Instituto de Enseñanza Secundaria de La Vera agradecen la mención a su trabajo audiovisual en esta suerte de diario de la alarma, en tanto que los profesionales del sector turístico, los veteranos y los que aún ejercen, expresan sus opiniones y análisis en torno al futuro del sector. Se dan ánimos, vislumbran algunas señales (como el anuncio de compañías aéreas que programan fechas de reanudación de actividad) e intercambian criterios que convergen en un hecho: la pandemia es mundial y afecta a países que son (han sido) mercados emisores. Ellos también tienen que recomponerse. Por eso, seguro que el gerente de la patronal hotelera, Juan Pablo González, afirma que la salida a la crisis “será lenta e incierta”.
En algunas instituciones públicas afloran las primeras decisiones de responsables que deciden o acuerdan reducir las retribuciones. El pueblo, si se nos permite, esperaba y espera gestos así, que, sumados, pueden representar una contribución a la cobertura de gastos para atender las necesidades más perentorias en personas y colectivos que no lo necesitan; pero, sobre todo, han de interpretarse como una acción que haga disminuir la desafección y el rechazo hacia la política. Algunos disfrutan hasta el insulto con estas cosas y eso no es bueno, porque el ejercicio de la actividad política ha de ser digno y respetable. Una recomendación para los implicados: hagan un esfuerzo de entendimiento y unidad, alcancen un acuerdo lo más global posible y no den un espectáculo. Si hay pérdidas o restricciones en todas partes, se debe corresponder.
El aplauso de las siete viene acompañado esta vez de vehículos que circulan con banderas nacionales. No hagamos de ese gesto de gratitud, manifestado desde ventanales, terrazas y balcones, un tragicómico aprovechamiento de los sentimientos más humanos.