El pueblo grande lleno de gente

Para mi amigo Rafa Cobiella, inolvidable.

El primer recuerdo que tengo del pueblo fue de cuando mi madre me llevó a los cochitos locos. Ella aprovechó para jugar a una rifa, y le tocó un cubo lleno de objetos de la casa.

Era el primer premio que había en casa, y pasó muchísimo tiempo, una eternidad que aún dura, para que hubiera otro. Mi abuelo Silverio ganó una vez trece resultados por una quiniela que yo le rellené, y por ello le dieron 800 pesetas, que no sé si se las gastó.

No éramos gente de suerte, pero entonces casi nadie tenía suerte, porque había habido una guerra que empujó aún más hacia los abismos de la pobreza a los que eran ya muy pobres.

Pero aquella noche, en la Plaza del Charco, había tanta gente, y todos parecían tan felices, incluso mi madre, que yo pude pensar, de eso no me acuerdo, que entonces todos estábamos de acuerdo con nuestras suertes.

Aquel gentío siempre se me quedó en la memoria como una fiesta, como una expresión de que en mi pueblo había muchísima gente, y yo no acertaba a imaginarme cómo era posible que cupiéramos tantos.

Algún tiempo después, cuando ya mi madre me dejaba ir solo a la plaza, al volver de la escuela de don Luis Pérez, tuve una experiencia totalmente inversa: el pueblo estaba lleno de gente (el pueblo era sobre todo aquella plaza de los grandes árboles) arrodillada.

Un solo hombre, Genaro, se mantenía en pie, golpeándose su pierna derecha con un periódico doblado. Ese hombre desafiaba, en aquel momento, lo que hacía arrodillar a la multitud, la Iglesia Católica, con todos sus símbolos, para honrar a Cristo y a su cuerpo, expuesto y saludado por los militares y sus himnos.

Entonces sentí, porque Genaro me lo dijo, que era como si el pueblo estuviera vacío, sin alma, siendo tan solo un pueblo arrodillado. Nunca me olvido de esa imagen, y tampoco me olvido de la vida, aquella feria en la que mi madre saltaba y reía porque le había tocado, en la rifa, un cubo que valía más que casi todo lo que había en la casa.

Ahora he visto, por culpa del mal que nos amenaza, a mi pueblo vacío. Pero mi pueblo nunca estará vacío. Mi pueblo siempre está lleno de aquella risa de mi madre y del sonido que hacía Genaro golpeando su pierna derecha con un diario.

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