El silencio predominante

El silencio predomina. El confinamiento es silencioso. Desde el exterior apenas se perciben sonidos.

“Y a la luz desnuda vi
diez mil personas, tal vez más
la gente habla sin hablar
personas que oyen sin escuchar… Y nadie se atreve
molestar el sonido del silencio”.

Son versos extraídos de la inolvidable composición de Paul Simon y Art Garfunkel, ‘The sound of silence’ (‘El sonido del silencio’).

Solo lo alteran las campanadas horarias de las iglesias cercanas y las que redoblan al mediodía, como una suerte de petición de ayuda para que acabe la pesadilla. Y el trino de los pájaros, temprano y al atardecer, refugiados en los nidos y el ramaje de los laureles o las palmeras. Y el ladrido de los perros que, aún atados, nunca antes se sintieron tan a gusto para caminar. Y el paso de algún avión militar o de helicópteros de la Guardia Civil que reclama la atención de los ciudadanos asomados al balcón.

Es una densidad que impone y solo es modificada por el ruido de motor de vehículos aislados o de unidades policiales y militares. Por el soniquete de la mensajería móvil o por los timbrazos de la telefonía fija y del portero eléctrico.

Solo interrumpida por la voz recia del barítono invisible que ensaya en el interior de su vivienda y por los aplausos de las siete. Y por alguna conversación de balcón a balcón o de viandantes que se detienen a preguntar si hay novedad o hasta cuándo durará esto.

Hasta que las sombras de la noche envuelven el silencio predominante y apabullante.

“Hola oscuridad, viejo amigo
he venido a hablar contigo otra vez
porque una visión que se arrastra suavemente
dejó sus semillas mientras dormía.
Y la visión que se plantó en mi cerebro
todavía queda
en el sonido del silencio”

primera estrofa de aquella composición de Simon and Garfunkel, hoy rescatada no para evocar (porque no hace falta) sino para palpar que nos envuelve y, en cierto modo, anima para superar el trance, aunque no sepamos qué nos encontraremos cuando ese momento llegue.

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