Lo primero que aprendí al llegar al colegio Mayor de Madrid, a principios de los años de 1960, fue lo que le escuché al profesor Laín Entralgo en una conferencia: “Amar la tierra que te vio nacer”. Me acordé entonces de la Villa de La Orotava, mi pueblo, situada al pie del Teide, en el valle de Taoro, entre Tigaiga y Tamaide, entre el mar y la cumbre, en la isla de Tenerife. Hoy cuento parte de sus historias.
Sesenta años más tarde, en la mañana del 13 de mayo de este 2019, recibí dos WhatsApp de un amigo ya jubilado, Fernando Cardesa, oscense de nacimiento y alto funcionario de la Unión Europea (UE), en Bruselas y en las Américas. Lo conocí gracias al embajador de Venezuela en la UE, Luis Xavier Grisanti, cuando cumplía mi labor de eurodiputado en el Parlamento Europeo, a finales del siglo XX. Me sorprendió la reiteración del mensaje pero al darme cuenta del título del artículo comprendí su interés en enviarme una noticia aparecida en El País, dedicada a los pueblos de España. Se trataba de una crónica redactada por el insuperable Juan Cruz Ruiz sobre su Puerto de la Cruz. Un municipio del valle de Taoro del que nos enamoramos Fernando, Luis Xavier y este orotavense que les escribe. Cardesa, porque encontró en la primera ciudad turística de Canarias un lugar de asueto para combinar el mar con el Teide y casualmente vino a parar al jardín Tucán frente a la casa familiar de los Sánchez-Jordán. Grisanti, porque descubrió que en Puerto de Orotava había nacido el padre de su admirado Francisco de Miranda, prócer de la Independencia de la República de Venezuela. En mi caso, por cuanto encontré mi familia y puedo seguir viendo el Teide desde mi ventana, al abrirla cada mañana.
Honradamente tengo que decir que también ese mismo día el periodista portuense, Salvador García, me remitió otro WhatsApp dando cuenta del señalado artículo de Juan Cruz. “Los nombretes, los ingleses y los pies descalzos” encabezaban las historias de su pueblo, el Puerto de la Cruz. Aproveché la ocasión para recordar que también en La Orotava, municipio matriz y cabecera del valle, había nombretes y la visitaron algunos pocos franceses, ingleses y alemanes, también algunos belgas incluso unos suizos, abundando asimismo los pies descalzos y los pajares, sobre todo en los altos del municipio. Así lo atestiguó en 1979 el sacerdote salesiano, Víctor Rodríguez Jiménez, entre otros, al contar la vida y la historia de la Villa de La Orotava, al inicio de la transición cuando se restauró la democracia en España. Lo recordé recientemente en el Liceo Taoro de La Orotava cuando proyecté un documental acerca de las elecciones municipales celebradas el 3 de abril de 1979.
De contar la historia de la Villa se han encargado en las últimas décadas diferentes autores, algunos de ellos historiadores y mantenedores festivos. Recuerdo a Alfonso Trujillo (+) y a Juan José Martínez (+), a Manuel Rodríguez Mesa y Tomás Méndez Pérez, a Juan del Castillo y Juan Cullen, Manuel Hernández, Nicolás G. Lemus, Antonio Luque, José Rodríguez Maza, Rafael Gómez, Pedro Murillo, Javier Lima y Francisco J. León. Quizás lo más importante es resaltar el papel de los guanches en el momento de la conquista por parte de la corona española (siglo XV), léase el mencey Bencomo, al igual que el reparto de tierras y aguas entre los que apoyaron al adelantado Alonso Fernández de Lugo, los asentamientos de las órdenes religiosas como los franciscanos, los jesuitas, los agustinos y los dominicos, en la Villa de Arriba y en la de Abajo, así como las plantaciones de caña de azúcar y la independencia judicial de la Laguna en época de Felipe IV, entre 1648 y 1650. También la ejecución del Jardín Botánico de Aclimatación en 1788 y de la Hijuela, más tarde. En 1894 la delimitación y posesión de la finca Cañadas del Teide y la inauguración de la primera planta hidroeléctrica de Tenerife. En 1954 la declaración del Teide como Parque Nacional y su inclusión, en 2007, en la Lista de Bienes Naturales de la UNESCO como Patrimonio Mundial. No puede quedar en el olvido el paso del joven naturalista alemán, Alejandro de Humboldt, por La Orotava cuando iba camino de las Américas en junio de 1799, lo que le permitió conocer el Drago de Franchy y subir al Pico del Teide junto con su compañero, el botánico francés Aimé Bonpland. Como tampoco olvidar a los profesores franceses Sabin Berthelot y Pierre Auber, a los geógrafos alemanes, Alphonse Stübel y Hans Meyer, además de los astrónomos Piazzi Smith (escocés) y Jean Mascart (francés), al igual que al ecólogo alemán Ernest Haeckel y al belga Jules Leclerqc, el primer turista oficial en palabras del historiador canario, Antonio Rumeu de Armas. Igualmente la visita del rey Alfonso XIII en 1906, que dio título heráldico a la Villa y sirvió para rememorar las Alfombras que estrenaron las mujeres de la familia Monteverde en 1847. No pueden pasar inadvertidas las cesiones territoriales al Observatorio Meteorológico, en 1916, y al Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), en 1974.
La Orotava tiene un rico patrimonio histórico, natural y cultural, y desde el punto de vista geográfico es el municipio más llamativo de todo el territorio español por cuanto comienza en el océano Atlántico, en la costa de El Rincón, y termina en el Pico del Teide, a 3718 metros sobre el nivel del mar, con un paisaje cultural singular, diverso y estratificado, por lo que está tramitando el expediente de Bien Cultural del Patrimonio Mundial. Es una alfombra geológica, un corredor agro-urbano-ecológico donde crecieron árboles históricos, -drago de Franchy y castaño de Aguamansa-, donde se desarrollaron vías pecuarias, donde se cultivan plátanos y aguacates, viñas y papas, frutales varios como las manzanas y las ciruelas, y se elaboran quesos de cabras y se embotellan vinos, aguas y aceites. Todo ello repartidos en ecosistemas agrícolas, urbanos y agro-forestales donde no faltan aguas, extraídas de galerías. La Villa es un auténtico cúmulo de historias, es la Res in Urbe (El campo en la ciudad), como decía Berthelot. También es La Orotava cuna de mecenas, como el Conde del Valle de Salazar, la Condesa del Palmar, Don Nicandro González, el Marqués de San Andrés y doña Laura Salazar. En la actualidad presume de su Centro Histórico y de su Villa de Arriba, de Bienes de Interés Cultural como los Molinos de Agua, de la Biblioteca y del Archivo, de la Universidad Europea, de colegios privados además de las escuelas e institutos públicos, de Alfombras y Romería. Asimismo es sede de la Fundación Orotava de la Historia de la Ciencia (Fundoro), del Liceo de Taoro, de la Coordinadora Ecologista “El Rincón”, del Colectivo La Escalera y de museos varios: el del Tesoro de la iglesia parroquial, el de los Alfombristas, el artesanal iberoamericano de Santo Domingo, el etnográfico de Pinolere y el centro de visitantes “Telesforo Bravo”. Esperamos que pronto disponga del museo de la electricidad (Endesa) y, a medio plazo, del museo del agua (Canaragua). De la proyección exterior de mi pueblo, y en particular de la emigración a Cuba, México y Venezuela en siglos pasados, hablaremos otro día. ¡La Orotava es mucha Villa!.