
Por Melecio Hernández Pérez
Varios son los historiadores e investigadores que han tratado de salvar las lagunas que aún existen en la historia remota de la imagen del Gran Poder de Dios, en cuanto a interesantes e ignorados datos, como pueden ser, entre otros, los referidos al nombre y fecha del bajel que trajo al entonces Puerto de La Orotava el Cristo; comienzo de su veneración y culto, primera procesión y celebración de la fiesta en su honor, así como el artífice anónimo del imaginero autor o taller de donde salió esta magnífica efigie religiosa de tamaño natural. Realmente no han sido posible tales precisiones por falta de fuentes documentales, si bien, para unos el Señor de la mano en la mejilla arribó a Tenerife a principios del siglo XVIII, basándose en que no aparece ninguna apuntación al respecto en el primer inventario efectuado al fundarse la iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, a quien corresponde esta talla, sino que es en 1706, donde se hace mención por primera vez de la existencia de la imagen del Gran Poder en el Libro primero de fábrica al fº. 96. Otros opinan que debió de tener entrada en las postrimerías del XVII. En lo que sí coinciden los críticos de arte sacro es que procede de Sevilla, y que salió de uno de sus talleres por su afinidad con la imaginería que se producía por aquella época en Andalucía, como réplica de la iconografía desarrollada en el siglo XVII interpretativa del Cristo de la Humildad y Paciencia.
La tradición oral, tejedora de leyendas e historias, pero transmisora de acontecimientos, nos ha traído hasta nuestros días la versión de que fue el capitán de Artillería Pedro Martínez Francisco, de la isla de La Palma, quien encargó a un taller sevillano una escultura de Cristo sedente con destino a la iglesia de su pueblo natal de Breña Alta. Parece ser que por las mismas fechas los patronos del convento de religiosas dominicas de Ntra. Sra. de las Nieves del Puerto de la Cruz encargaron a un taller de la citada ciudad una estatua de la Virgen de las Nieves con destino a la iglesia de dicho convento, aunque realmente no fue una Virgen sino un Nazareno que llegó a ser muy venerado y que pereció pasto de las llamas en el incendio de 1925 que destruyó totalmente el edificio conventual. Pero cuenta la tradición que, por un error de los consignatarios del navío, o quizá debido a un fuerte temporal, la embarcación con la imagen del Gran Poder de Dios, con destino a La Palma, echó anclas en la bahía portuense; y que cuantas veces se intentó retornar, el mar se embravecía haciendo inviable la operación, lo que fue interpretado por el pueblo como voluntad del Santo Cristo de quedarse en él, siendo así cómo el vecindario del Puerto decidió trasladarlo a la iglesia de La Peña de Francia, donde ha permanecido desde entonces.
En cuanto al origen de su culto es muy probable que por la aureola de misterio que rodeó la llegada de la imagen y la belleza de la misma, atrajera a los naturales y comarcanos del Valle de la Orotava, que, indudablemente, contribuyeron a fomentar de inmediato su veneración con atribución de poderes divinos. Con respecto a la celebración de su festividad, por el “Libro de Cuentas” de 1746, sabemos, que, siendo mayordomo de la “Cofradía del Gran Poder de Dios y San Pedro”, fundaba a mediados del XVIII, Pablo Pérez del Castillo, se tomó la iniciativa de organizar la procesión del Señor, con la dignidad de una gran fiesta que llegara a ser la principal del Puerto de la Cruz.
La imagen, como es de imaginar vestida con túnica morada y cordones, pasó a ocupar desde su entrada a la iglesia parroquial–que se había iniciado en 1684 y concluida la ampliación en 1697 por obra y gracia del cura beneficiado del Puerto Mateo de Soussa, o Sosa (1681-1723), y un grupo de fieles– la capilla colateral del Evangelio del templo, hasta que se la fue dotando de trono, andas, piedra o peana donde sentarse el Señor, ángeles que le acompañaran, todo lo cual contribuyó a dar movimiento al grupo que iba a ser colocado sobre el trono. El trono, realizado en 1748 por el artífice José Tomás Pablo, llamado el Moreno, y los carpinteros Fernando de Arbelo y Manuel González, tuvo un costo de 190 pesos. Dos años más tarde, por resultar insuficiente el anterior y las andas que acompañaban al mismo–las cuales fueron vendidas en 1749 al arzobispo de Caracas por Tomás de Rivas en 320 reales–, se construyó un nuevo trono conforme al diseño trazado por el mismo maestro de pintura, quien lo doró y pintó y por cuyo trabajo percibió 545 pesos, si bien el precio concertado con la Cofradía era de 100 pesos más, que el pintor dejó en calidad de limosna al Señor.
La peana forrada en plata, fue obra del notable maestro platero Alonso de Sosa, quien la repujó y buriló con originales y bellos dibujos en 1753, percibiendo por su trabajo 428 reales de plata. “En total se gastaron 18 libras de plata, parte de ellas traídas de La Habana para este objeto, por don Antonio Nicolás Cabeza, parte con limosnas de los devotos y finalmente con las monedas retiradas del comercio en tiempos del Comandante General del Archipiélago don Lorenzo Fernández de Villavicencio”. En 1755 se enriqueció el trono para completar el armonioso conjunto procesional con dos angelotes del escultor lagunero con taller en Santa Cruz de Tenerife, Sebastián Fernández, tallas éstas que estofó y policromó el pintor portuense José Tomás Pablo, de cuyo trabajo cobró 180 reales. Así quedó organizada la primera procesión por las calles del viejo Puerto a mediados del XVIII.
Por la época a que me vengo refiriendo, la Tertulia de Nava Grimón de la ciudad de La Laguna, organizó un viaje a Daute, información que aparece en las Memorias escritas a partir de 1760 por don Lope Antonio de la Guerra y Peña, el cual estuvo compuesto por doce ilustres contertulios que, muy probablemente, fueron inducidos a visitar el Puerto a instancia de don Agustín de Bethencourt y Castro, que aparece integrado en la tertulia lagunera desde 1765, con el objetivo de que los visitantes disfrutaran de las fiestas del Gran Poder de Dios y de su mansión próxima a la parroquia. Este Caballero de la Orden de Calatrava y capitán de Infantería, fue el padre del futuro sabio de su mismo nombre, a la sazón un niño de siete años. Así que el día 13 de julio de 1765, a la hora del Ave María, partieron hacia la floreciente población cosmopolita de comerciantes extranjeros que ofrecía la singular estampa marinera de veleros como hermosas gaviotas surcadores del vasto Atlántico. Llegaron tarde, pero pasaron a la iglesia de La Peña de Francia que estaba aquella noche muy iluminada en honor del Nazareno. Del templo pasaron a la casa de los señores Bethencourt y Castro (actual hotel Monopol), “[…] en donde estaba un brillante estrado de Madamas. Sirviose un refrezco, i después gozamos de los Balcones de los fuegos, carros i Libreas, que estaban prevenidos en la plaza […]”.
Al siguiente día, 14, asistieron en el coro de la iglesia a la fiesta del Gran Poder de Dios “[…] que es de las mas celebres de aquel Puerto, hay Feria, i mucha concurrencia de Gentes de los Lugares circunvecinos. Predicó el R.P.Mtro. Fr. Pedro Oropesa del Orden de Predicadores. Fuimos á vér la Procesión á la casa del referido Castro, á esta precedía un Carro, seguían los Estandartes Cruz, que acompañaban una Danza de Arcos, i compañía de Turcos. Las calles estaban enrramadas, i colgadas, i con altares para el Señor […]”.
Como se desprende de lo relatado, el Cristo del Gran Poder de Dios que prendió rápidamente en los corazones fervorosos de sus fieles devotos como patrimonio exclusivo del Puerto, debió de celebrar su culto desde finales del XVII o inicios del XVIII, resultando que sus fiestas y procesión comenzaron a celebrarse desde mediados de dicha centuria.
Pero aquí, en esta población costera festoneada de espuma, la sensación es que la hermosa imagen ha estado desde siempre protegiendo a los portuenses y fieles que se acercan a Él; siendo además entre otras imágenes que integran el patrimonio artístico-religioso del Puerto de la Cruz, una de las más veneradas.
Nota: Autores consultados: Antonio Ruiz Álvarez y Pedro Tarquis
Foto de cabecera: Moisés Pérez